La guerra del Peloponeso by Donald Kagan

La guerra del Peloponeso by Donald Kagan

autor:Donald Kagan [Kagan, Donald]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2003-01-01T05:00:00+00:00


SE REABRE EL DEBATE

Transcurridos pocos días tras la primera reunión, se convocó otra Asamblea para planear «cómo se equiparía la flota con la mayor rapidez posible y someter a votación cualquier otra cosa que pudieran necesitar los generales en la expedición» (VI, 8, 3). Nicias fue a la sesión con la intención de hacer que la cuestión del cómo y con qué medios se debía dirigir la campaña acabase convirtiéndose en la reconsideración del proyecto por entero; así pues, debió de ser el primero en tomar la palabra. La propuesta de querer revocar un decreto acabado de aprobar por la Asamblea y que no fuera estrictamente ilegal parece haber sido lo bastante inusual como para que Nicias y el presidente de la cámara, que había auspiciado su petición, corrieran el riesgo de introducir una serie de diferentes cuestionamientos legales. Pero Nicias creyó que valía la pena jugársela debido a la importancia del tema, y urgió al presidente «a convertirse en médico del Estado, que había decidido erróneamente» (VI, 14).

Nicias ofreció una evaluación tan pesimista de las tareas diplomáticas atenienses y de su situación militar que llegó a sembrar dudas muy serias sobre lo acertado de sus decisiones al hacer la paz que lleva su nombre y la subsiguiente alianza con Esparta. Los atenienses, esgrimió, no podían permitirse atacar porque ya albergaban a poderosos enemigos dentro de su propia casa. El tratado de paz era meramente nominal; los espartanos se habían visto forzados a aceptarlo y continuaban poniendo en duda sus términos, mientras que otros aliados lo habían rechazado sin más. El fracaso de la expedición siciliana no sólo debilitaría a Atenas, sino que además aportaría fuerzas sicilianas al bando espartano. Los espartanos sólo estaban aguardando el momento justo para golpear en busca de la victoria, mientras que los atenienses seguían recuperándose de la guerra. «No debemos —dijo rememorando la advertencia de Pericles— ir tras otro imperio hasta que hayamos asegurado el que tenemos» (VI, 10, 5). También recordó a su auditorio que los cartagineses, aun siendo más poderosos que Atenas, habían sido incapaces de conquistar Sicilia.

Evidentemente, los defensores de la expedición habían dado mucho crédito a los llamamientos de los aliados de Sicilia, y a Nicias le costó mucho trabajo desprestigiarlos y desacreditarlos como un «pueblo de bárbaros» que metería a los atenienses en problemas sin ofrecer nada a cambio. No obstante, como la amenaza planteada por Siracusa había sido el principal argumento de la Asamblea anterior, Nicias dedicó la mayor parte de sus esfuerzos a desestimarla en ésta, pero sólo fue capaz de presentar refutaciones vanas y engañosas, tales como: «Los siciliotas… serían aún menos peligrosos de lo que son en la actualidad si los gobernasen los siracusanos; porque ahora podrían atacarnos por el simple hecho de su vínculo con los espartanos; mientras que si Siracusa tuviera el control, no sería tan probable que un imperio atacara a otro» (VI, 11, 3). Otra de sus torpes aserciones fue que disuadirían mejor a los siciliotas si la expedición no se



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